Hijos;
Acabo de darme cuenta de que me voy, de que este ya no es mi lugar y de que tendrán que acostumbrarse a estar sin mí. Ni cerca ni a la distancia. Ni al alcance de la mano ni de un teléfono o de un correo electrónico.
He puesto en mi valija besos e historias, sueños y caricias, fotos sin negativos y canciones sin autor, olvidaré la prisa de las historias y me daré el tiempo para escuchar y para dejar que las aventuras se cuenten solas.
Les dejo las risas y las arrugas que provocan, los rencores y el perdón que van de la mano como hermanos enfrentados. Las faltas que cometí las he puesto en un cajón, espero que lo quemen sin abrirlo, si por desgracia se cae y se abre dejen salir lo que hay y que se vaya con viento fresco. De todos modos no tenía importancia aunque en su tiempo parecía devorarlo todo.
Váyanse acostumbrando a las ausencias. Así me acostumbré yo y antes de mí mi madre y mi abuela. De todos modos lo que les dejo, y para siempre, es todo mi cariño y el amor que me dejó un hueco en las entrañas desde el día mismo en que nacieron.
Sólo les pido que alguna vez, cuando el viento cambie o la noche caiga gris y azulina, me envíen un beso. El viento se encargará de hacérmelo llegar y a cambio las caricias de la niebla serán mi recuerdo.
Mamá