Hace la friolera de, bueno mejor no digo porque de verdad son muuuchos años, fuimos a pasar Semana santa a Mazatlán.
Una buena tropa, mis abuelos maternos, que en ese entonces vivían en Cd Obregón, mi tío Alejandro que es muy poco mayor que yo, mis papás y mis hermanos. Y otra familia de amigos que también vivían en Los Mochis.
Alejando mi tío, yo y Raúl Vargas el hijo de amigos de mis papás.
Fuimos, como siempre, en el avión de mi papá y en una camioneta familiar. Esto es importante por lo que les contaré.
Días de sol, de familia y de jugar en arena, abuelos y papás despreocupados. Yo reunía piedritas para mi colección y encontré una de tres colores, ¡un verdadero tesoro! y por fin llegó el Sábado de Gloria. 28 de marzo de 1964.
Era la madrugada cuando nos despierta un carro de sonido, en realidad despertó a mis papás. Y ellos a movilizar chiquillada.
El anuncio era aterrador; se acerca un MAREMOTO, hay que evacuar la zona costera y huir a las partes altas de la ciudad. En el cerro de la Nevería estaban los pobladores apiñados y asustados.
Mi papá decidió salir a sobrevolar el evento y “le vendería la fotografías a Life Magazine” Los abuelos cargaron la camioneta con mi mamá, su hermano y nosotros y tomamos camino a la sierra que divide Sinaloa y Durango, hacia el “Espinazo del Diablo”
En la carretera los carros ocupaban ambas vías y llegando a la parte más alta nos fuimos deteniendo justo al amanecer. Las familias compartían lo que traían entre los niños que corríamos jugando sin saber del peligro. Comimos, galletas hasta hartarnos, los papás preocupados se reunían en corrillos escuchando las noticias por la radio.
Mi papá pasó un par de veces sobre nosotros sacudiendo las alas para saludarnos. Yo no sé si nos identificaba en el gusano multicolor o simplemente calculaba por donde andaríamos.
Y fue pasando el día, asoleados, cansados y deshidratados, la radio dio la noticia de que el MAREMOTO no llegaría. Poco a poco, los carros reunieron a sus respectivas tribus y, los ahora amigos y compañeros todos, emprendimos el regreso a la Ciudad, a casas u hoteles.
Llegamos al anochecer, habíamos salido en la oscuridad y con la oscuridad volvimos. Corrí a mi habitación a buscar mis tesoros recogidos en la playa y me di cuenta de que, con el ajetreo había perdido mi piedra.
Aún la busco en cada playa a la que voy, quién sabe a lo mejor vuelve…