Casi es invierno en el altiplano. La milpa dorada hace rumores del agua que guardó durante el verano mientras espera ser cosechada.
El viento se cuela entre sus filas como un teporingo* valiente antes de echarse a correr a seguir jugando bajo los magueyes.
Amanece y la niebla espesa aguarda paciente a escaparse junto con los sueños nocturnos cuando salga el sol.
El café borbotea, casi listo, mientras Maria abre los postigos. La taza humeante la invita, ya en su lugar. Ahí, junto a su ventana favorita.
Sonríe inclinada sobre su bordado, tantas veces iniciando y nunca concluido. Atrás del vidrio canta la fuente en el jardín vallado y los niños juegan y alborotan bajo la atenta mirada del San Francisco de piedra.
La cháchara de la cocina y los preparativos del desayuno la van llenando de gratitud y paz.
Entreabre los labios en un bien conocido asombro y, absorta, olvida los lentes y la tela sobre el regazo.
El piracanto recibe la luz en una roja explosión de amor…
*teporingo, conejo pequeño endémico del altiplano mexicano. En peligro de extinción.