Amanece en el Yucatán. Los toros ya han sido embarcados para la corrida de hoy, hay tiempo de una cabalgata antes del desayuno. Es enero y las flores en la selva se asoman en la espesura.
Los cascos de los caballos levantan chispas en las piedras del sendero. Mirar la vida, el camino, entre las orejas de un caballo con el olor a sudor animal y cuero es de las cosas que mas me gustan.
Puedo cabalgar a ojos cerrados sintiendo el camino a lomos del animal. 700 kg o más andando juntos por la vida, como un solo ser. Vamos en fila india hasta llegar a la carretera que nos lleva al pueblo cercano, necesitamos leche para el almuerzo.
Entre risas y bromas planeamos la ida a la corrida, la feria está en su esplendor y habrá que salir temprano.
De regreso a la ganadería, que está en una vieja hacienda, el olor a café y a tortillas recién echadas al comal, nos va abriendo el apetito, mis tripas gruñen adelantándose.
Como soy la única mujer del grupo el caballerango se acerca a ayudarme a desmontar, pienso para mis adentro que no es necesario, pero le agradezco la cortesía.
Mala suerte.
Ya había sacado los pies de los estribos y el caballo, sujeto por la rienda, se asusta y se empieza a parar de manos, a reparar como dicen. El mozo, por ayudar, le da un tirón hacia abajo y la casi tonelada de carne, músculo y huesos empieza a caer sobre mí.
Pasa una ráfaga de imágenes por mi cabeza; accidentes, algunos que han sido atendidos por mí, otros que he visto o estudiado, jinetes aplastados, muertos o paraplégicos.
Me aviento del caballo al empedrado, eso sí, todavía me da tiempo de poner a salvo mi cámara en una jardinera cercana. Con tan mala suerte que caí mal.
Si sabes montar sabes también que caerse es cuestión de casi cada día. La mayoría de esas caídas se solucionan con una sacudida, un par de maldiciones y a subirse al caballo de nuevo para sacarte el susto.
Claro, a veces no es así.
Y esta vez fue una de esas.
A mi grito de ayuda llegaron los señores, tres. El paramédico en mí empezó a ordenar.
- Tú, jala el brazo y alínealo
- Tú, tráeme…
Me quedé pensando y recordé que no había nada el botiquín que me sirviera. Lo revisé la noche anterior y le había prometido a la dueña de la casa un taller de primeros auxilios.
- Una revista y unas vendas servirán…
El capataz, solícito, regresó con un HOLA! Elegantísimo, de moda o algo así y empezó a abanicarme.
Una parte de mi contenía la risa, la otra se enojó, y con modos cortantes les expliqué como hacer una inmovilización.
Lo que mas le preocupaba a otra de mis partes, era que mi camiseta a rayas se había roto y ¡caramba! de mis favoritas.
Después de todo esto había que irnos a la clínica mas cercana. Cancún está a dos horas de distancia entre caminos de terracería y carretera. Además era domingo.
Un buen amigo sería el chofer “resignado” la dueña de la casa iba de copiloto y mi marido sostenía el brazo semi inmovilizado.
El paramédico seguía dando órdenes.
- Llamen al número de urgencias con mis amigos y colegas
- Traigo una fractura expuesta de codo…
- Sin problema Tabi, trae a tu paciente y lo esperamos aquí.
- Este… bueno, es que el paciente soy YO
- AQUÍ TE ESPERAMOS
Un tiempo interminable después llegamos al hospital donde, sí me estaban esperando para reducir la fractura y empezar el tratamiento. Todavía bajamos y “entregué” a mi paciente.
- Fractura expuesta de codo, lanzamiento de un caballo de casi dos metros de altura sobre suelo empedrado y con estiércol. Se hizo solamente alineación y no hay analgésicos ni sedación
Ahora sí… todas mis partes se reunieron y empezó el dolor. Insoportable porque hubo un nervio seccionado y de pura suerte, o milagro, el hueso no se llevó la arteria.
Hace siete años, la vida me dio una voltereta… La vida me cambió pero yo no cambio la vida.
(esta historia continuará)
En ocasiones la vida nos da experiencias que no esperábamos, ni pedimos.
Hay personas como tú, que logran aprender de estos acontecimientos, a cambiar, a reconstruirse... y resurgir más fuertes. ¡A seguir viendo la belleza de la vida, te admiro mucho!
ABRAZO