Esto de los funerales vía zoom no son lo de Ernesto.
De entrada se tiene que chutar a su mamá, que insiste en enviarle promos de terapias para “curar” la homosexualidad.
La tía Sofía que llora y llora e interrumpe con su historia que es, siempre, mucho peor que la que sea que se esté narrando.
Mira cuadrito por cuadrito y pone en silencio su micrófono, las sonrisas y lágrimas falsas le dan un ataque de hueva, si hueva, aunque su papá se horrorice cada vez que escucha “esas” palabras en su presencia, lo bueno es que sólo las piensa, puede pensarlas a gritos, a alaridos, hasta desgañitarse, hasta descoserse y dejar salir el relleno de su alma.
No, definitivamente, esto no es lo suyo.
Mira con atención a su prima Chabe, la que vive en Torreón, tan güerita, tan modosa y circunspecta.
La abuela no tendría nada que reprocharle, se conduce como una dama, sea un funeral o una fiesta. Seguro que en una orgía pediría educadamente a sus compañeros que le pasaran el pene mas cercano o los senos mas abundantes, así, con gentileza.
El ruido súbito del micrófono abierto del tío Manuel, lo sobresalta, a él y a todos, como se ve en las expresiones generales, el cura, en una misa europea que quién sabe de dónde salió, sigue salmodiando mientras en la casa del tío Manuel hay gritos e insultos.
Algunos cuadros muestran curiosidad y otros, satisfacción. A fin de cuentas ser el único heredero le ha ganado la animadversión de casi todos. Claro, se dice Ernesto, excepto los que le van a sacar algo. Cosa bastante difícil, se imagina, es vanidoso y cruel. Seguro les hará pagar cada centavo en sangre y adulación.
Ernesto le marca al tío Manuel, quien tarda en contestar y lo hace de muy mal modo, cuando le pide que cierre su micrófono, que todos están oyéndolo, con una mirada a la pantalla cierra micrófono y cámara. ¡ay que risa! Ahora le deberá un favor, como si lo fuera a poder cobrar…
Ciertamente estas reuniones tienen una ventaja, deja una foto en su pantalla y se levanta a servirse un whisky ¡doble! Y de paso darle un beso en el pelo a Juan Carlos que, con una sonrisa distraída, le acaricia la barba mientras sigue trabajando en su computadora.
-¿Aún en eso? Le pregunta con mímica, responde de igual manera con una mueca de hartazgo.
-Ya casi –le dice moviendo la boca exageradamente y sin emitir ruido alguno.
Haciendo un paso de baile, mueve la cadera, exagera un mohín y poniendo cara seria abre su cámara. Sí, aún en eso.
Sonríe muy educadamente y asegurándose enseñar su blanca y bien planchada camisa, les dice que tiene que abandonar la reunión, -tengo una cita de negocios, miente. –algo ineludible, inaplazable, como los impuestos… dejando en el aire el resto de la oración.
Como la muerte.
Aunque sea en la “nueva modernidad”