A la mitad de la clase de filosofía se despertó. La noción de una moralidad evolutiva la hizo respingar, Kohlberg, filosofo de la ética, miedos, compromisos, creencias, vida elevada por encima del querer y del necesitar.
La voz aguda del expositor la llevó a la mañana en que atravesaba la selva en el jeep de la misión. Fueron por ella al aeropuerto de la ciudad más cercana. Ahí la recibieron el calor y la humedad junto con un par de sobrevivientes de los 70´s. Dos hombres de huaraches y camisa de manta, con un letrerito a lápiz con su nombre y una sonrisa tentativa en la cara.
La niebla apenas se empezaba a levantar mientras el conductor tomaba las curvas con mas fe que pericia pero la falta del café matutino y la promesa de un desayuno hicieron que no le importaran las sacudidas ni el silencio en el espacio mal cerrado del vehículo.
Al llegar a la parte mas alta del cerro los sorprendió la brillantez del sol y el grupo de mujeres que se dispersaron ente risas y atados de flores que competían en color con los listones de sus trenzas.
La dejaron junto a la cocina donde más mujeres se afanaban moliendo maíz, darían de comer a mas de mil personas y en el tráfico humano una mano caliente y amable le puso entre las suyas un jarrito de café endulzado con el aroma inconfundible del piloncillo.
Ella, Julieta, acomodaba sus cámaras, revisaba su equipo y metía lo que no necesitaría en la mochila mientras oía a medias las voces femeninas sin entender las palabras en lengua india pero comprendiendo su sentido comunitario sin necesidad de un Berlitz.
Con llamadas de caracolas y palabras incomprensibles la multitud que llegaba de muchas maneras; a pie, en camión o que salía de casas vecinas se fue acomodando alrededor del altar mayor. La ceremonia estaba por comenzar.
Durante cuatro o cinco horas siguió el progreso de copales, procesiones y tambores, los caracoles seguían marcando el ritmo de la celebración y los niños correteaban o se dormían entre adultos complacientes y ella perdía la noción del tiempo.
La pieza central, tallada en madera de cuatro colores, como los colores de la piel humana, es focal en la visión de la población. Todos están vivos y lo celebran de la mejor manera poniendo atención a la palabra que los une.
Los moños y las faldas coloridos, las bandas bordadas amorosamente por las esposas de los diáconos que están junto a ellos, las plegarias musitadas o cantadas en alta voz de la concurrencia, el cansancio cubierto por fervor comunitario y el reparto final de comida y refrescos dándole a cada uno su lugar.
Las mujeres de la comunidad trabajan sin descanso y falta todavía la limpieza y la atención a maridos e hijos, o a ancianos que viven con ellas. Julieta sabe que las fotos mas coloridas son las de los hombres con listones y chalecos bordados pero las fotos con más corazón se ven en blanco y negro. Son de caras y manos arrugadas, dolidas de trabajo y de compromiso.
Y levanta la mano para hacerle la pregunta al conferencista;
¿”qué le hace pensar a Kohlberg que la ética del tercer estadio es mejor o de mayor evolución que una ética basada en el compromiso, pongo por ejemplo el caso de mujeres que saben que perderán la vida o la integridad pero permanecen en su sitio por un sentido comunitario?”
Se me encogió el corazón