Mi nana decía siempre; - niña tú hablas dormida. Mas te vale que se te quite, si no cuando te cases no vas a durar, con lo coqueta que eres te van a regresar para la casa. Además hablas bien clarito.
A medida que pasaron los años me ponía paliacates en la cara para dormir, una vez me vendé y casi me asfixio, usé vick´s vaporub y esencia de canela, romero apachurrado debajo de la cama y cenaba chilaquiles o carne para que me dieran indigestión a ver si así tenía el sueño ligero y me despertaba al primer balbuceo.
Nada funcionó. Dormía y hablaba.
Así se enteraron mis hermanas de mi primer novio, de nuestro primer beso y del examen al que falté para irme al baile de XV años de la que eventualmente sería mi cuñada. Y claro, apenas amanecía, mi madre sabía con lujo de detalles todo lo que había pasado.
El problema empezó cuando nos fuimos a ver el amanecer juntos, esa noche no dormí del terror de confesar todo, además aún temblaba del delirio que habíamos compartido en la playa solitaria. Entre el deseo, la satisfacción y el miedo pues no pude conciliar el sueño.
Nos casamos a los tres meses “adelantados” como diría mi abuela, y ya no tuve problemas, mis parloteos sólo despertaban a mi marido, y como se reducían a precios del tomate o a preocupaciones de los niños, no eran importantes ni secretos.
Pero apareció otro amor y mis noches empezaron a convertirse en torturas. Aduje pesadillas, insomnio y tomaba café por galones. Escribí, canté, hice la limpieza a medianoche y leí las novelas que me habían quedado pendientes cuando nacieron mis hijos. Dormía cuando mi marido salía a la oficina y los niños a la escuela. Y no sólo dormía, eran los únicos momentos robados para ese otro amor, ilegal y escondido.
Hasta que una noche fue demasiado, me quedé dormida y hablé… Sí, hablé y dije el nombre equivocado.
Ahora duermo sola y ya no importa si hablo porque nadie me escucha.
Me encanta!!
Me encanta!!!