Hay gente ¿sabes? Que como que son como los espacios que habitan.
Mira, mi tío Roberto el de Chiapas, vive en una casa vieja, de tejas grises de moho y corredores sombríos, de muchos habitaciones. Y así es él, viejo y lleno de canas, su barba es como los árboles que sombrean la terraza y ha ido dejando hijos por los pueblos aledaños. Corazones desordenados como los múltiples cuartos en su casa.
Pero si vieras a la tía Josefa, ¡ah! Esa está rodeada de pajaritos, todos de colores, cantando sin concierto mientras dura la luz del sol. Ella se viste de flores y telas ligeras, canta y baila mientras su muchacha hace la limpieza y en cuanto guardan las jaulas se cubre con una manta a cuadros y se queda quieta y silenciosa frente a la televisión.
Hay hombres de cartón, los reconoces sin verlos cuando revisas las esquinas cubiertas de papeles como nidos esperando a su dueño. Seguro tienen ojos vacíos y mirada perdida, dientes negros como las marcas de llantas y el pelo les vuela como papeles antes de la lluvia.
Y por supuesto has visto mujeres de lluvia. Te miran líquidas y se sueltan a llorar con cualquier ruido fuerte, un grito, un frenazo o un exabrupto las vuelve agua y tienes que recogerlas en un pañuelo. La única forma de recuperarlas es exprimirlo al llegar a casa, suelen recomponerse con un whisky y un poco de hielo.
Pero los peores son los hombres de papel bond. Están rodeados de mujeres lineales que se les cuelgan como clips, de engrapadas asistentes y se doblan ante los jefes mas duros y fuertes. Se queman ante un cigarrillo de deseo y dejan en la oficina simplemente un montoncito de ceniza. Otro idéntico lo reemplazará antes de una semana. Dicen que vienen en resmas.
Los abuelos casi siempre son casas llenas de luz y de chucherías, como su corazón. Una foto de la primera comunión aquí, un recuerdo en el fondo del alma, una campanita de cristal que suena como risa de nieto y un dedal de plata comparten el mismo cajón de recuerdos. El adorno navideño que la madre ni siquiera miró o el cenicero de papeles de colores inservible pero que llena los ojos de alegría. Y cuando son alegres son también la pesadilla de cualquier decorador de interiores y el gozo de los nietos.
A mí me gusta pensar que soy una biblioteca, llena de volúmenes leídos y releídos, desordenada como mi pelo y mi cabeza en la que me encuentro con viejos conocidos, a veces repetidos por la desmemoria que me permite gozar nuevamente una historia como si fuera totalmente nueva. Con páginas subrayadas y anotadas al margen, con cicatrices de amores y tristezas, con arrugas de risas y alegrías compartidas.
Me hiciste reflexionar, en cómo soy? 😍