En este mes de inicio a clases veo las fotos de los niños; todos con sus uniformes, con el pelo engominado o estirado en coletas y moños a veces más grandes que sus cabezas, algunos con corbata, niñas con falda a la rodilla, calcetas y zapatos negros. Sonrisas inseguras y ganas de agradar.
Uniformes inspirados en orfanatos o conventos del siglo pasado, de lugares fríos y oscuros. Cárceles para el intelecto donde hay que “domar” a las criaturas que llegan salvajes.
Me da una emoción ambivalente.
Se arremolinan y revuelven los recuerdos, míos y de mis hijos y pienso; se acabó la libertad, la poca ropa del verano, el andar descalzo por la vida, despeinados todos y con la cara y las manos sucias de calle, de playa, de sol.
Yo quisiera una escuela que permitiera ir descalzos y despeinados, con collares y colores, con el único uniforme de una mente pensante, de sombreros estrafalarios y poemas o canciones diferentes en la mente y en los labios...
¿es mucho pedir?
Coincido contigo Tabi, la escuela debe cambiar!!!