La tarde esa en cuestión llegó Arsenio, guapo, fuerte, moreno como las tardes de sol que solían ir a pasar a la playa pública. Él sí que tomaba color, hasta le decían que era el clásico lanchero que agarraba gringa buenota. Y ella, una flaca pecosa pues como que le agradecía su atención y sus arrumacos. Demostraba su amor arreglando la casita con bordados y encajes de los que le enseñaron las monjas allá en su infancia.
Claro, ayudaba a que la quisiera y procurara, su trabajo en el hotel grande, en el área de concierge donde sus ojos claros y su inglés aprendido en academias y noches en vela daba fruto en propinas y sonrisas, y cierto habrá que decirlo, en una que otra propuesta de esas que nunca aceptó pero que le hacían vibrar las piernas. Las canillas diría su abuela.
Y ya sabemos que un hilo es como cualquier otro, un color sobresale más o se pierde en la madeja y solamente lo vemos cuando hace un diseño. La tarde del bordado final llegó con colores explosivos del cielo, con gritos de pájaros que buscaban el árbol de enfrente y con un golpe sin razón aparente.
La sopa no estaba caliente, la cama no estaba tendida, las ventanas parecían viejas y sobre todo Marisa estaba cansada, muy cansada, y se quedó dormida con el cerrojo echado y su costura a medias en el regazo. En ese vecindario era de rigor cerrar y simplemente creyó que lo podría esperar despierta como cada día.
Los golpes en la puerta la despertaron y sobresaltada abrió con una sonrisa, sin darse cuenta recibió en plena cara una bofetada. Su despertar amargo le dijo que ya era suficiente, habría que tejer una nueva historia. Mientras servía la cena y Arsenio comentaba las noticias del periódico en voz alta como si ella no tuviera ojos ni cerebro, cedió al impulso y le atizó un sartenazo en la nuca. El silencio fue maravilloso, tranquilizador y cálido.
Levantó el bordado que estaba a medias y mientras terminaba las flores de nochebuena urdió la historia… un asaltante que la golpeó a ella, que mató a su marido y que a fin de cuentas huyó con lo poco que había… el bote ese de vidrio que decía “para ir a París”
Ciertamente, una madeja, un bordado y un diseño de amor y perdición.
Puro encaje legal de hilos sin fin.