Había una vez una vez un bosque, una selva cercana a la playa… llena de animales y plantas extrañas y maravillosas…
En el centro estaba un árbol, muy bonito, joven aún que prometía crecer alto y fuerte… junto a él estaba una enredadera… las hojas de los dos eran muy parecidas, a veces no distinguías donde empezaba una y terminaba el otro. Verdes, lanceoladas y que recogían el sol y la luz de una manera extraordinaria.
Pero el árbol se quejaba de la enredadera… decía que sólo se colgaba de él, que el así no podía crecer y que si tan solo no la tuviera se vería mas a la distancia, que los pájaros vendían a verlo solo a él y que lo ahogaba.
La enredadera a su vez adoraba al árbol, pero también se quejaba.. decía que todos lo miraban mas que a ella, que era más alto mas grande y más bello…
Y así fueron pasando los tiempos y las estaciones… ambos apenas se soportaban y cada vez que podían les contaban a las garzas que viajaban lejos o a las ardillas sobre sus problemas.
Así sucedió que un día un mago que iba de una región a otra pasó por ahí. Su fama le precedía. Ambos sabían de sus dotes de soluciones fantásticas y rápidas. Y lo aprovecharon para quejarse de su situación. Intuían que con él encontrarían una respuesta… el árbol le pidió que se llevara a la enredadera, la enredadera a su vez le suplicó que trasplantara al árbol o que la llevara lejos a ella, o que por lo menos que le quitara la sombra que le hacia.
El mago los miró y consideró… hizo un conjuro durante noches y días… al final de esos días estaba tan ensimismado en la hechicería que no se dio cuenta del paso de un huracán seguido de un tornado y una sequía. Los magos suelen perderse en su magia, por lo menos a ratos.
A medida que la presión bajaba, los vientos se empezaron a sentir, el huracán llegó sin previo aviso. Las pequeñas criaturas se escondieron, las aves que podían volaron lejos y las que no se guarecieron en troncos y cavernas. Los depredadores escogieron sitios resguardados para pasar el temporal y todos, en fin, se escondieron.
El árbol sabía que era valiente pero también sabía que la lluvia y el viento podrían doblarlo y romperlo, la enredadera asustada sabía que el viento se la podía llevar y se abrazó a él y los dos se prestaron la fuerza de sus raíces combinadas, tenían juntos mas superficie de agarre y así los dos se doblaban con el viento, aguantaron la lluvia y los jalones de los tornados levantados por los vientos.
Ya estaban desenredándose cuando salió el sol con deseos de venganza, el viento se fue a otro lado, las nubes huyeron junto con él y la lluvia las siguió. El tiempo parecía no pasar, el sol calentaba y calentaba, los animalitos que se daban de albricias por haber sobrevivido el temporal ahora se arrastraban en busca de agua y algo de sombra y humedad.
Árboles grandes y fuertes se resquebrajaron, la sabana y los pastos empezaron a quemarse con el calor concentrado, la selva entera ardía. Sólo en el centro mismo de ese calor la enredadera cubría al árbol con su sombra y bajo las hojas unidas de los dos había un resto de humedad, un sitio fresco de donde sacaban fuerza.
Resistieron la sequía y el paso del fuego. El hechicero apenas se daba cuenta de que algo había pasado mientras él buscaba una solución. Como eran muy educados el árbol y la enredadera le dieron las gracias, pero no necesitarían mas de sus servicios.
Habían encontrado juntos la solución.
La enredadera entendió que la sombra que hacían juntos era mejor para que ella creciera, que la fuerza del árbol la protegió en el huracán y que en el tornado juntos habían sobrevivido gracias a que se abrazaron. Que el árbol le daba la estabilidad y la altura necesaria para que los pájaros la vieran la distancia y que ella le proporcionaba al árbol un vestido que lo hacía brillar.
Que juntos eran mucho mas que cada un por su lado, que sus hojas se confundían y ya nadie sabía cual era cual… la enredadera tuvo amores con unos pájaros y se llenó de flores amarillas que los adornaron a ambos y el árbol fue visitado por las abejas atraídas por su dulzura y a su vez dio unas flores que complementaban las de la enredadera, cuando ambos compararon sus flores y sus frutos se rieron de lo parecidos que eran.
Así los pájaros del cielo, las garzas viajeras y las golondrinas, las ardillas que guardaban semillas para el invierno y los insectos multicolores gozaron de la protección de los dos.
Entre ellos formaban el corazón de la selva.