Hace siete años la vida me dió una voltereta. Así, literalmente.
Una mañana de invierno luminosa y una cabalgata atravesando la selva se convirtieron en una carrera para sobrevivir.
Si me conoces sabes que tengo bastantes recursos, que he sido (y sigo siendo) una “chiva loca” que me subo a casi cualquier cosa y que pruebo casi cualquier otra. Pues esta vez no era excepción. Además de que montar a caballo es una de mis habilidades, ni siquiera recuerdo bien cuándo aprendí. A pelo, con silla charra, con albardón, con silla de mujer. Cualquiera y de cualquier modo.
Y si sabes montar sabes también que quien no se ha caído de un caballo no sabe montar. Es parte de la vida y del quehacer. Y sabrás también que hay caídas y malas caídas. Y ésta fue una de las últimas.
Además he visto, y atendido, accidentes ecuestres “difíciles” digamos. Donde la silla o el caballo caen sobre el jinete causando grandes daños. Más de 500 kilos no son poca cosa.
Así que cuando el caballo se paró de manos y yo ya estaba desarcionada, el caballerango, por cuidarme, jaló de la rienda. Y el caballo se empezó a caer sobre mí. Me aventé de él. Eso sí, como llevaba mi cámara la alcancé a tirar en una jardinera, digo, primero es lo primero ;) Con tan mala suerte que al estirar el brazo para frenar la caída tuve una fractura expuesta de codo. Lástima que no tomé foto, estaba el hueso blanco atravesando mi camiseta favorita, de rayas, digna de usarla para capacitación.
Por supuesto que a grito pelado pedí ayuda, Jaime, que estaba del otro lado vió al caballo caer encima de mí. De hecho quedó a centímetros de mi cadera. Se quedó helado. Por fin vinieron los otros jinetes. Fernando, Enrique, Jaime y el caballerango. Todos verdes.
Las órdenes no se hicieron esperar, a todo vapor mi cerebro pensaba que hacer.
Alinear la fractura; Tú y tú, jalen el brazo lentamente… se voltearon a ver y por fin Fernando, el dueño de la casa y ganadero además de gran jinete, se atrevió.
Inmovilizar el miembro afectado; a mil por hora pensaba que habría en una casa de campo, justo la noche anterior le había dicho a la dueña, Carmen, que les daría una clase de primeros auxilios. Nunca pensé que fuera tan pronto y práctica. Traigan el botiquín y una revistas. Allá se fue el caballerango, y muy solícito, me trajo una elegantísima revista con la que me empezó a abanicar. Entre que me daba risa y enojo le dije, ponla alrededor del brazo para que detenga e inmovilice. En el botiquín habían unas vendas y unos paliacates ¡perfecto! liasta la inmovilización entre ellos y mis dientes.
Transportar al paciente; Enrique ofreció ser el chofer “resignado” Jaime me detenía el brazo y Carmen me comunicaba por teléfono con mis cuates de urgencias en Cancún a dos horas de distancia. Las cuales cubrimos en una y media escasa.
Entregar al paciente; mientras íbamos de camino hablé con el médico, “voy con una fractura expuesta de codo” “¿qué edad y datos de tu paciente Tabi?” “ soy yo…” sólo escuché “¡Oh!”
Descubrí que el manejo del olor es posible y a pesar de que sabía hacer pequeñas cosas lo hice conmigo misma. Muy poderoso y esclarecedor. Mi hijo nos recibió, también es paramédico, ¡y por fin pude pedir una foto! en ella sale mi mirada diferente, el trance…
Al llegar al hospital, ahora sí, entregué al paciente; describí el mecanismo aproximado de la lesión y ya pude permitirme el dolor.
Una alineación y lavado profundo, sesiones de rayos equis donde me acompañó Jaime chico que le agradezco profundamente. Una noche tremenda de dolor ardiente con el nervio expuesto que, no lo sabíamos aún, pero se había desgarrado y reventado, esquivando la arteria por milímetros. Gracias a la compañía solidaria y afectuosa, y por qué no decirlo, fieramente protectora de Lía, pasamos la noche. Susana y Kata, muy buenas amigas e hipnotistas me ayudaron con trances para sobrellevar el dolor.
Jaime organizó todo para el gran escape. Volar a CDMX hasta el gorro de morfina acompañada de mi amigo Javier Olea y llegar al hospital donde me esperaban para la primera de muchas operaciones. Fernando Valero que me reconstruyó magistralmente el codo con dos placas y 28 clavos, Alejandro Espinosa que se la rifó con injerto del nervio mediano y reparaciones varias.
Seis semanas con catéter central, acompañada de Helena como enfermera y cancerbero, los dos Jaimes y Mariana que nos consentían con comida elegantísima, obviooo no del hospital. Por fin recuperarme en Zoquiapan aún durante quince días o mas. Los tiempos difíciles se borran y he perdido la cuenta, se ven superpuestos por los momentos de gratitud.
Haciendo historia esta lesión en diferentes circunstancias hubiera dejado secuelas muy diferentes. Hace cien años, o antes, con mucha suerte solamente habría perdido el brazo, lo más probable es que sin antibióticos no la hubiera librado. Hace cincuenta la reconstrucción no hubiera sido posible; la de buenas, un brazo colgado e inservible, hace venticinco los injertos y las placas no serían ni de lejos iguales. Y por supuesto, sin la decisión de Jaime de irnos a la CDMX y la maravilla de la medicina moderna y accesible tampoco hubiera sido lo mismo.
(y esta historia tiene muchas mas historias)
Gracias por estar conmigo Jaime Valenzuela Jaime chico, Mariana Valenzuela Helena Alonso Carmen Creixell de Paramo Fernando Fernando Enrique Fichtl Carolina Merino Javier Olea Lia Villava Susana Uribe Kata Varga
Y todos los que se tomaron el tiempo para una oración, una visita, una llamada y sobre todo ¡su apoyo y buenas vibras!
Y hay muchos más, tantos que no podría mencionarles a todos ...
Gracias Amiga. Te quiero
Eres una valiente!! Abrazos amiga!