Antes de que los hombres llegaran al mundo los cocodrilos tenían la piel suave y no usaban cola. Algunos eran rosaditos o café claro. Justo como los humanos.
Y sucedió que los humanos empezaron a llegar a los ríos. Y las mujeres iban a lavar a sus hijos y su ropa, igualito que ahora. A veces dejaban a sus niños pequeños jugar en el agua. Y sucedía que a veces se llevaban a los cocodrilos pequeños en lugar de a sus hijos. Solo se daban cuenta cuando abrían la boca para cenar.
No hablaban palabras humanas y tenían dientes afilados y cónicos.
Aún puedes ver sus retratos en los frisos mayas o egipcios, los arqueólogos creen que los antiguos se afilaban los dientes pero la verdad es que esos eran los retratos de los niños-cocodrilo que habían sido cambiados.
Como esto se iba convirtiendo en un problema, los niños eran criados por las madres cocodrilo con la consiguiente mortandad, no aguantaban mucho tiempo debajo del agua, y las crías cocodrilo tampoco aguantaban mucho sin su carne podrida o se secaban demasiado fuera del agua, así que decidieron hacer una reunión.
Primero en una noche de luna llena a la orilla del río, se reunieron madres cocodrilo y madres humanas. Algunas llevaban hijos que no eran los suyos, sino que habían sido cambiados pero ya no había manera de recuperarlos. Además, como toda madre lo sabe, ya se habían encariñado con el que criaban.
Le pidieron consejo al dios del río, un viejo de barbas nudosas y memoria como la grava que el río arrastra, un día está aquí y otro allá lejos. Apenas empezó a escuchar una parte y cuando las madres cocodrilos no iban ni a la mitad se puso a cantar una canción de montañas desbaratadas y profundos cañones. Las madres todas se enfurecieron y le arrojaron piedrecitas para callarlo.
Pero ellas siguieron buscando una solución. Por fin se decidieron a ir a ver a la abuela montaña. Una vieja diosa que habitaba en las cercanías. Allá fueron un mediodía de verano. Niños, cocodrilitos y madres, en bola todos. Y presentaron el problema. La madre montaña se quedó pensando mucho tiempo, las montañas son de lento pensamiento, y por fin respondió con voz ronca y arrastrando piedras.
“la solución está en hacer que sean diferentes” si claro, respondieron las madres al unísono. Eso, ya lo sabemos, pero ¿cómo podemos lograrlo?
Yo puedo darles las características de la roca a unos, pero ustedes decidan a quienes. Aquí espero, respondió mientras se echaba una siesta al solecito.
Durante el resto del día hablaron, pensaron y por fin casi al final de la noche, y ya casi casi para amanecer, decidieron que los cocodrilos tenían mas derecho a tener las características de las montañas. Al fin y al cabo eran mas viejos que los hombres.
Y así fue. Con un pesado ruuun ruuun la tierra tembló, el cielo se asustó y los cocodrilos se escondieron dentro de la montaña.
Salieron todos ennegrecidos y con la piel áspera. La cola no estaba incluida en el trato, pero como la montaña se olvidó de que eran suaves los aplastó y les dio la forma que ahora conocemos.
Las madres cocodrilo se enojaron muchísimo, le reclamaron a la montaña pero la vieja abuela, como todos los viejos, se había quedado dormida y no les hizo caso.
Y es por eso que desde entonces los cocodrilos persiguen a los niños y si pueden, se los llevan al fondo de los ríos y lagunas. Se han convertido en su bocado favorito.
Y las madres humanas no dejan jugar a sus hijos en las orillas del agua ni las madres cocodrilo dejan a sus pequeños cerca de los cazadores.
Tabi, ¡me encantó tu leyenda! Casi no me paseo por aquí, pero cuando lo logro se me llena de sonrisas diversas el corazón. Gracias por compartirte!!